Propaganda versus publicidad (Ensayo)
Por Luis Enrique Flores
Un grupo de niños juega futbol en la calle. El balón cae en una coladera destapada. Un niño pregunta: “¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?”. Corte. Se ve algo volar por el cielo. Voces de niños: “Es un pájaro…”, “Es un avión…”, “No, es Super Marcelo”. Corte. Aterriza Marcelo Ebrad vestido de superhéroe y dice: “No se preocupen carnalitos, con mis superpoderes sacaré el balón”. Lo hace. Los niños aplauden. Dice Marcelo: “Recuerden, para crecer grandotototes y fuertotototes no dejen de tomar su cereal. Y nunca lo olviden: el sol saldrá para todos mientras haya un rayito de esperanza. Adiós”. Marcelo se aleja volando.
Plano general de una feria de pueblo. Corte. Se ve el carrusel dando vueltas. En un “Dumbo” va montado Juan Camilo Mouriño y come unos panecillos. Se ve feliz. Corte. La cámara da vueltas en el carrusel con toma en Close Up de Mouriño. Él habla: “Con el cariño de siempre, Mouriño presidente”.*
Toma panorámica de una “super carretera” en la que se ve un coche deportivo sin capota viajando a toda velocidad. Corte. Varias tomas cortas del mismo auto por diversos paisajes. El auto frena con brusquedad. La cámara se acerca vertiginosa al conductor. Es Enrique Peña Nieto, quien viste muy elegante y trae puestos unos lentes oscuros. Su pelo está muy engomado peinado de raya a lado. Dice: “Ser metrosexual es un lujo, pero creo que lo valgo”. Corte. Plano general del auto que en arrancón reinicia la marcha y se pierde entre las curvas.
En un salón de baile hay un pastel muy grande. De éste, sale Martha Sahagún, silbando la cucaracha. Entra a cuadro un enanito que grita: “Para la Martha más conocida de México, cualquier publicidad es buena”.
Figuras como estas son posibles por la confusión actual que existe entre publicidad y propaganda o más bien la sustitución que ha hecho la última por la primera. Textos como Técnicas de Marketing político, Mercadotecnia política, Cómo se vende al candidato, Publicidad política, entre otros, dan cuenta de este fenómeno que empezó en Estados Unidos en la década de los cuarenta del siglo pasado con las campañas electorales , y que en nuestro país se ha manifestado de forma más clara en los últimos años: la publicidad al servicio de la política.
A que no puedes confundir sólo una
No sólo el común de la gente cae en la confusión de términos, algunos autores también lo han hecho y hablan de propaganda y publicidad como una misma cosa. Un libro que tuvo éxito en su momento, sobre todo en Estados Unidos, fue The haidden persuaders, que en castellano se conoce como Las formas ocultas de la propaganda (1978), cuya primera edición es de 1959. Su pecado estuvo precisamente en la traducción porque, otra cosa hubiera sido la traducción literal: Los persuasores ocultos que, precisamente, de eso trata el libro: de la gente que usa la persuasión de manera encubierta en ciertas actividades de la vida cotidiana.
El libro El éxito en la propaganda (1975), cuyo título original es Successful publicity (Publicidad exitosa) tiene el mismo problema que el anterior, una traducción no adecuada. Este texto no confunde tan arbitrariamente los dos términos, pero en lo que no estamos de acuerdo es que, aparte de afirmar que los “norteamericanos inventaron la propaganda”, hagan de ésta una receta o un manual de procedimientos –tan habitual en los estadounidenses–: cómo, dónde y cuándo usar la propaganda. “El hombre de negocios que quiera incrementar sus ventas…, el director de la asociación comercial que desea lograr…, el presidente del consejo de la liga de mejoramiento civil que desea obtener…, el ama de casa que quiere que su beneficencia venda más…”, etc.
El español Juan Beneyto, en su libro La opinión pública (1961), nos lleva por aquí y por allá, entre la propaganda y la publicidad. En ocasiones marca la diferencia entre ambas, diciendo que la primera devino en la segunda. Otras veces, mucho más tal vez, las entiende y aplica como sinónimos y, como ejemplo, dice que el “Estado habrá de hacer publicidad”. Sirva esto como ejemplo de equívocos en que han incurrido, tanto escritores como editores.
Pero también vale decir que hay autores que sí están consientes de las diferencias y así lo manifiestan en sus textos. Uno de ellos, y tal vez el más pujante, sea Eulalio Ferrer, que incluso enumera una categorización, tanto de semejanzas como de diferencias. De entre las doce coincidencias que menciona entre ambas materias, como ejemplo, apuntamos sólo algunas:
“Los mecanismos técnicos de la propaganda y la publicidad coinciden en la forma, en tanto una hace ofertas a un mercado político y otra a un mercado de consumidores, en busca de una elección o preferencia”. Otra concordancia que anota dice que “la propaganda y la publicidad tienen en común la clave de la promesa, desde ofertas persuasivas y sugerentes de un beneficio o de una satisfacción en el marco concreto de cada una”.
Por otro lado, de entre las dieciocho diferencias que Ferrer encuentra entre propaganda y publicidad menciona que “la propaganda está al servicio de las ideologías y de los dioses. La publicidad está al servicio de los productos y de los servicios. Una dice lo que hay que creer y otra lo que hay que consumir”. “La propaganda cultiva el mesianismo de los hombres y la publicidad cultiva el fetichismo de las cosas. Esto es: la propaganda exalta el dominio del hombre sobre el hombre y la publicidad es el instrumento del hombre para el dominio de las cosas, aunque muchas veces las cosas dominen al hombre”.
Otro que hace notar esta diferencia es Enrique Guinsberg, quien desde su trabajo publicidad: manipulación para la reproducción (1987), acota: “Este trabajo estudia a la publicidad entendiéndola como conjunto de técnicas dirigidas a atraer la atención del público hacia el consumo de bienes o servicios, aceptándose por tanto que hay una diferencia con propaganda, cuya función sería la transmisión de fines ideológicos y/o políticos”. Dice que antaño esta separación era real y que hoy más bien es teórica.
Continuando con la idea de las diferencias entre las dos disciplinas, quien también marca su diferencia entre publicidad y propaganda al presentar su estudio es Víctor M. Bernal Sahagún (1974): “Permítasenos una digresión que consideramos indispensable: establecer la separación entre los términos de publicidad y propaganda, debido a que existe la tendencia general a considerarlos como sinónimos, criterio que no compartimos para los efectos de este trabajo”.
Para ya no extendernos demasiado, aclarar un poco más el panorama y sostener que estos términos por mucho que se junten no se pueden unir, habrá que encontrar las diferencias y similitudes en su concepción misma, tanto de noción como de origen, así como en los fines que persiguen.
Ya vimos los diferentes conceptos de propaganda, en donde a grandes rasgos se coincide en que ésta persuade a la gente hacía un fin ideológico, sea religioso, o político, y es, precisamente, en el fin o los objetivos que persiguen dónde la diferencia es mayor; pero es en la persuasión-sugestión donde empatan, al ser éstas las sustancias principales de ambos casos. Veamos entonces algunos conceptos de publicidad para aclarar el panorama:
Para Ferrer, la publicidad es un “conjunto de medios pagados que influyen en el público y lo persuaden para la compra de mercancías o servicios”. Para Edward Gottlieb y Philip Klarnet, de quienes ya mencionamos su “manual de propaganda” en El éxito de la propaganda, la publicidad es “parte de un programa de relaciones públicas; en algunos casos, si no se emplean otros métodos funciona realmente como el programa completo de relaciones públicas de una organización”. Para Arrigo Coen (1983), la publicidad es un “conjunto de técnicas, de índole sugestiva, informativa, en veces, educativa, que se vale de los medios de difusión”. En su artículo La publicidad en su origen y en sus finalidades, Roberto C. Presas (1983), dice que la publicidad es la “comunicación de un mensaje destinado a influenciar la conducta de los compradores de productos o servicios, divulgado por un medio pagado y emitido con fines comerciales…”. En su artículo Defensa de la publicidad, José Ramón Sánchez (1983), comenta que la publicidad como “forma de comunicación parte del hecho de que un emisor de mensajes, que llamaré «motivantes», pretende, mediante su difusión, modificar el comportamiento de compra de los receptores hacia el producto que pone a la venta”. Al igual que mencionamos el concepto de propaganda que surgió del primer coloquio publicitario (1969) también se dio el de publicidad: “Es un conjunto de técnicas y medios de comunicación dirigidos a atraer la atención del público hacia el consumo de determinado bienes o la utilización de ciertos servicios”.
Hasta aquí vemos que lo que la publicidad pretende es la compra de algún producto o la adquisición de un servicio; muy diferente a la adhesión de un credo o de un gobierno, pretensión ésta de la propaganda, pero, también hay que reparar, que existen fenómenos en donde estas dos materias se funden y hacen muy complicada la diferenciación de sus campos de acción, nos referimos a los casos arriba señalados, en donde la publicidad como tal reproduce la ideología o el estilo de vida de la clase dominante y la llamada publicidad institucional encargada de promover los valores y ciertas conductas no tan politizadas o fuertemente cargadas de ideología.
La historia de la publicidad podría ser otro punto de divergencia con propaganda. La publicidad también se ha desarrollado a lo largo de la historia, más reciente que la propaganda, que tuvo en la Revolución Industrial (S. XIX) su punta de lanza hacia las masas, como la propaganda la tuvo con la contrarreforma de la Iglesia Católica y el surgimiento de la imprenta. No es la intención abundar en la historia de la publicidad, sólo queremos apuntar los siguientes ejemplos que resultan muy ilustrativos a nuestro estudio.
Un texto muy interesante al respecto es el del, ya mencionado José Ramón Sánchez, Breve historia de la publicidad (1970). En éste, se menciona lo que para el autor es el antecedente formal más antiguo de publicidad: “se encuentra en las descripciones que Herodoto hizo de sus viajes por el imperio persa recogiendo, además, relatos orales de muchas ciudades. Es este «primer historiador de occidente» el que cuenta que fue en Lidia (Asia Menor) donde, además de inventarse las primeras monedas metálicas hacia el año 700 a. de C., se instalaron allí mercaderes de forma permanente, colocando en la puerta de sus establecimientos a una persona encargada de atraer, mediante gritos ayudados con el sonido de algún instrumento, a los posibles compradores”.
Este mismo autor opina que sería muy forzado encontrar una interpretación de “primeros publicistas” en otros personajes de la historia como el heraldo griego, el praeco romano o el pregonero medieval, que, a pesar de que también estaban al servicio de comerciantes particulares para anunciar sus productos, más bien, eran servidores del gobierno, por ende, más propagandistas que publicistas. A quién sí considera como el más certero antecedente de publicista es al “charlatán” (S. XVI y S. XVII). “El charlatán fue, ante todo, un magnífico intermediario entre el vendedor y el comprador de una mercancía, que utilizaba hábilmente la palabra para incorporar al producto lo que, en términos de publicidad moderna, se denomina «valor añadido»”.
Decíamos que en la historia de la publicidad encontraríamos diferencias con la propaganda, y es el mismo José Ramón Sánchez, quien nos da el siguiente argumento: “Sin embargo, confundir las placas conmemorativas, los bajorrelieves genealógicos, las estelas de las épocas sumeria, asiria y egipcia, con los primeros vestigios de publicidad, es contrasentido corriente. La representación simbólica (desde la pintura rupestre al obelisco de Luxor) estaba al servicio de la significación política, religiosa, estética o geográfica, siendo muy dudoso encontrar en ella un sentido comercial y, consecuentemente, publicitario”.
La chispa de la vida
Finalmente, para seguir el juego de estas fusiones que crean confusiones habría que sugerirles a los publicistas algunas de estas frases para anunciar productos: Por ejemplo una empresa de detergentes podría acuñar esto: Fab, en vivo, fab, contigo. Una marca de cacahuates apuntaría: Unidos para botanear. Un enjuague bucal se promovería así: Bienestar para tus encías. Y así podríamos encontrar algunas más, pero lo más saludable es que cada chango se columpie en su mecate. Por eso, un estribillo a este parangón de términos sería el siguiente: En las cosas de mercado,/ la publicidad la mata./ Pero si doctrinas trata,/ la que manda,/ propaganda.
*Este párrafo fues escrito antes de la muerte del mencionado personaje.
Este texto es parte de la tesis La propaganda Mexica, previa a la conquista, un aporte a la historia de la propaganda en México. Derechos Reservados, UNAM, MMIX.
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RETRATOS DE UN RETRATISTA*
Por LEFA (un retratado)
Caminaba por la calle de Higuera, en el centro de Coyoacán, agobiado por la presión y la prisión de un temor que no debiera ser: el trabajo. La calle trazaba un arcano destino. Contiguo, pasó un hombre trajeado, gris, como su corbata. Una morena de muy buenas caderas y rubia de cabello, dobló la esquina de Caballocalco provocando pensamientos indebidos. Junto a correos, una señora regordeta escribía una carta en su vieja máquina de escribir. La incertidumbre aumentaba. El andar se detuvo en el número 25 de la calle Higuera. La casa estaba pintada de un rojo terracota espléndido escarapelándose. En la marquesina un gran letrero de lona anunciaba: FOTO. En la recepción, un joven de noventa años, gran varón, daba la bienvenida y me pasó a la estancia. Conforme atravesaba la pequeña puerta de madera se abría ante mí un burdel muy singular...
El bullicio era tal que apenas se distinguían las palabras que flotaban en el ambiente. En el tocadiscos sonaba un viejo tango: “caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar...”. La decoración estaba bien puesta, todo en orden y en su lugar; cámaras fotográficas de diversas épocas arrumbadas por aquí y por allá, bastidores en desuso tirados en el piso, fotografías y retratos de los más diversos personajes adornaban las paredes. La cámara principal estaba en el salón grande, en medio, con su obturador que era la tapa de algún garrafón.
El anfitrión
Pregunté por el dueño de aquel lugar, el ilustre señor Víctor Reyes. –En un momento baja–, indicó el muchacho de la puerta. Una voz aguda y aguardentosa impuso el silencio, era el Señor Reyes que bajaba las escaleras con elegancia envidiable. No podía estar mejor vestido para la ocasión: una camisa clara a cuadros de manga larga, debajo una camiseta azul oscuro, un pantalón de gabardina beige con algunas manchas de grasa, tenis azul oscuro y calcetines blancos. Su cabello níveo, peinado de lado denunciaba sus 72 años. Los presentes brindaron por él: “¡Salud!”. Un mesero muy educado, un niño de la calle, le extendió una copa y respondió el saludo. Me acerque para entrevistarlo.
–No jovencito –sentenció el Señor Reyes–, yo le voy a contar puras mentiras, porque eso es lo que todos platicamos: mentiras. Mejor relájese y platique con mis amigos, por ellos ha de conocerme. Venga le voy a servir un vampiro–. Me condujo a la barra.
–Para usted son sólo ocho grados de alcohol y si quiere más pídalo. Voy a estar por aquí, pero, como le digo, platique con mis amigos...
Los amigos del retratista
Tomaba mi vampiro cuando se acercó un hombre de treinta años, pasado de copas, muy guapo, era chimuelo y con pecas que apenas se notaban por lo mugroso de su cara. Tenía la mirada perdida. Decía llamarse Rubén Senabarro, y con voz fuerte exigía: “Tabernero, voy de paso, dame un vaso de tu vino que me quiero emborrachar...”.
Al momento, un caballero de muy buen porte que vestía un pantalón negro, ralo, se quitó el abrigo de piel y unas moscas volaron al ser molestadas y se posaron en su barba sucia y sin recortar. Su mirada era profunda e inquisitoria, con su mano callosa y prieta por la mugre me palmeó el hombro y dijo:
–Oiga amigo, se ve usted cansado, tómese otro trago. ¿Tiene problemas, verdad? Cuéntemelos... –suspiró–...que lo dejo su vieja porque andaba de puta, que su hija es una cusca, que también su mamá anda de pinche loca, dígamelo... –. El hombre empezó a llorar.
Una anciana de la alta sociedad se echaba encima un chal. Leía un libro y gritaba con fuerza desde el rincón del estudio: “¡No sé leer carajo, no sé leer. Casi tengo una biblioteca de todos los libros que he leído, pero no sé leer, no sé leer carajo!...”.
Una prostituta tomó mi mano y me sacó a bailar nereidas. Tenía un cuerpo escultural; senos grandes que colgaban, nalgas flácidas acariciables, unas lonjas que escurrían como cascada, cabello rojo desparpajado y un rostro exageradamente pintado.
–Un día llegó el Sr. Reyes allá a la merced –habló ella–, me dijo que quería hacerme un retrato y me conquistó, ¿ves? Y pues vine y aquí me quedé, ¿ves? Y dizque hasta Ámsterdam se fue mi retrato...
Sin soltarme, la prostituta subió a la habitación, al doblar la escalera tropezamos con un monje que meditaba sentado en un escalón. Arriba había un caballete, luces y más bastidores en el piso, pinturas sin terminar, personajes, olvidados y recordados al mismo tiempo. En un cuarto, tras la cortina de humo de cigarro se distinguía una cama rústica, muy valiosa; era un catre con unas tablas sobrepuestas. Allí, otra prostituta desnuda no dejaba de fumar, su amante descansaba a un lado pegado a al pared.
–Más que de humo –dijo la mujer desnuda–, de cielo estoy formada, y para mí es lo mismo cielo y humo: nada...
La prostituta que iba conmigo soltó una carcajada y se les unió para formar un trío. Preferí bajar al salón grande. Al paso me salió un hombre barbado, obeso, adinerado. Me invitó un puro y dijo que lo acompañara a la cocina pues no aguantaba el hambre. Sobre las paredes de la cocina, que alguna vez fue de talavera, colgaba una opulenta colección de bajillas; platos, cazuelas, jarros de barro y una que otra figura prehispánica.
–En esta cocina comieron Frida y Diego, eran amigos del papá del Sr. Reyes –afirmó el hombre mientras revisaba la carne–. Ya mero está, hay que esperar. ¿Sabe algo? –Dijo con la vista en la comida y los dedos acariciando su barba– Cuando era joven, pensaba que el dinero lo era todo, y ahora... Pienso igual.
Dejé al hombre esperando su carne, caminé al fondo de aquel lugar y en un rincón apartado estaba el Sr. Reyes rezando, acomodaba unas rosas amarillas, secas. Prendía una veladora. Además de los cuadros de la virgen de Guadalupe y del Sagrado Corazón, había dos fotografías, una a cada lado de las imágenes religiosas. “Son mis padres”, dijo el señor. Reyes sin voltear la cabeza. Decidí no interrumpirlo y regresé al salón.
Una mujer muy hermosa, toda una diva, ya ebria, se peleaba con una jaula periquera, en la que había unas botellas de licor vacías.
–Se evaporaron, se evaporaron… –repetía sacudiendo la jaula–. Nadie las pudo vaciar, la jaula está cerrada. –Se dirigió a mí– ¿Sabes qué? Me voy a morir en la calle, pero contenta, porque no quiero que nadie se meta en mi vida... Voy a morir bien feliz...
La música seguía, las palabras se cruzaban, el olor del vino y del cigarro se mezclaban con el de la humedad y las vigas apolilladas. La incertidumbre del principio había desaparecido. Me sentía en confianza, en ambiente con toda esta gente de alta sociedad: mendigos, prostitutas, vagabundos, teporochos, papeleros, obreros, campesinos citadinos, intelectuales, artistas... Todos ellos retratos que retrataban al señor Reyes. Todos ellos en la casa, el estudio, el burdel de este pintor y fotógrafo, quien al despedirse, sentenció estas palabras:
- Me he dedicado a retratar personajes que le dan vida a Coyoacán. Es importante darle vida a algo que a lo mejor ya está olvidado, es valorarlo, es proyectarlo, es amarlo...
Al salir de aquel lugar me di cuenta que, también, formaba parte del retrato de esa casa tan singular. El número 25 de la calle de Higuera es, verdaderamente, un retrato de Coyoacán, en cuyo reverso está escrito:
Rostros de mi barrio,
el único objeto que me guía al hacer este trabajo
es el barrio del olvido, los rostros de mi barrio.
Víctor Reyes
* Este texto se publico en la revista Encuentra Coyoacán en el 2002. Su versión radiofónica puede consultarse en este blog en la sección LEFA en Radio.
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SEMANA SANTA EN COYOACÁN *
Por LEFA
Perdona a tu pueblo, Señor,
perdona a tu pueblo, Señor,
perdona a tu pueblo,
Perdónalo, señor.
La Semana Santa es una celebración que año con año se realiza en el mundo católico y que, a la vez que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, representa un periodo de reflexión, penitencia, ayuno, arrepentimiento y conversión que inicia el miércoles de ceniza y finaliza el domingo de resurrección o de pascua, a este periodo se le llama cuaresma (cuarenta días), periodo que pasó Jesucristo en el desierto preparándose para predicar su evangelio, según los textos bíblicos.
México fiestero y tradicional
Desde la época prehispánica los habitantes de mesoamérica se han identificado por festejar a lo largo del año a la naturaleza y sus bondades, a través de sus deidades correspondientes, por ejemplo, entre los mexicas se festejaba a Centéotl, diosa del maíz, Xiuhtecutli o Huhueteo, dios del fuego, cuya gran fiesta era la del fuego nuevo, cada 52 años, que era un siglo en el calendario azteca.
Con la conquista del imperio mexica, también llegó la espiritual en toda la región mesoamericana, y con ella los ritos y las celebraciones de la nueva religión, la Semana Santa, entre ellas. Esta celebración fue adquiriendo, en cada región del país, matices particulares, de acuerdo a las tradiciones de cada pueblo, que van desde la autoflagelación en Taxco, Guerrero, la procesión del silencio en San Luis Potosí, la quema de judas, las diferentes celebraciones indígenas, hasta la muy famosa y televisada Semana Santa en Iztapalapa, Distrito Federal.
Antecedentes de la Semana Santa en México
En el libro La Semana Santa en México, editado por CONACULTA y la Dirección General de Cultura Populares refiere que los frailes, en su tarea evangelizadora, encontraron en las representaciones teatrales un medio eficaz de comprensión y fijación del mensaje cristiano, así la “primera representación que vieron los indígenas fue la Comedia de los Reyes, escenificada en Cuernavaca en 1527”. También se realizaron obras teatrales en la lengua nativa, traducidas y actuadas por los propios indígenas.
Referente a la primera representación de la Semana Santa no se tiene fecha exacta, pero se cree que se remonta al mismo siglo XVI. De acuerdo con el testimonio de un cacique indígena, según el historiador Fernando Horcacitas. Dicho personaje comentó al respecto: “Aquí comienza de cómo se hacía la Pasión de Nuestro Dios; no era sólo como diversión; de cómo los humillaron, para que nosotros recordemos cómo se hizo (...) y para que recordemos cómo murió nuestro Dios, así se mandará hacer en su memoria”. También se menciona que a finales de este siglo (XVI), “fray Francisco de Gamboa presentaba todos los viernes en la capilla de San José de los Naturales de la ciudad de México pasos de la Pasión, organizados por la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad “.
Posteriormente se indica que la “La Pasión del Domingo de Ramos” se escribió en lengua náhuatl en el siglo XVIII y se escenificó en Tepalcingo, Morelos, según el mismo historiador.
Camino a la cruz en Coyoacán
En el mismo libro de la Semana Santa en México, hacen mención a la obra de Mariángela Rodríguez –Hacia la estrella con la pasión y la ciudad a cuestas- en donde afirma que hay “noticias de una representación de la Pasión en Chalco-Amecameca en 1583, realizada a instancias de los frailes dominicos y tal vez antecedente del ciclo pasional de Tlalmanalco-Amecameca”. Aquí lo importante es que también se menciona “una Pasión representada los viernes santos en la Villa de Coyoacán, de la que, desgraciadamente, no proporciona más referencias”. Este sería pues el antecedente de la celebración de Semana Santa en esta demarcación.
Ahora bien, Coyoacán es un pueblo, que, a pesar de la modernidad urbana, conserva su aire tradicional, con identidad y valores propios y que día con día hace el esfuerzo por mantener su cultura, sus fiestas y creencias populares y la Semana Santa no podía ser la excepción.
En su apartado de Fiestas Patronales y Santorales, la monografía delegacional, al referirse a la Semana Santa menciona: “Aunada a la tradición Católica, esta celebración conjuga el carácter sacro con el pagano. En ella se representan los principales cuadros bíblicos correspondientes al domingo de Ramos, Jueves y Viernes Santo, Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección. Aunque esta celebración se lleva a cabo en muchas colonias, barrios y pueblos de Coyoacán, sobresalen por su apego al calendario litúrgico, su tradición y fe la espectacular puesta en escena las representaciones que se lleva a cabo en la Candelaria y los Reyes, dos de los pueblos más tradicionales de esta demarcación”.
Ana María Castro, en el libro Espiral de lo Imaginario, relata la manera en que celebran los habitantes del pueblo de la Candelaria: “En su suelo y desde hace cincuenta años el grupo de teatro experimental Salvador Novo, integrado por actores surgidos del mismo pueblo, escenifican la Pasión y Muerte de Jesucristo”.
Comenta que esta tradición se inició, según los lugareños, por una penitencia que se impuso José Martínez, originario del pueblo, “para ganarse el perdón de sus pecados, representando ante el pueblo los sufrimientos de Jesús”. En cuanto a la celebración y representación de la Semana Santa, Ana María Castro menciona que con varios meses de anticipación se prepara la ceremonia y que es un trabajo que involucra a un gran número de personas, cada quien con su tarea específica, formando así comunidad. Por ejemplo, comenta cómo se realiza el viernes santo en el pueblo de la Candelaria: “Inició la vía dolorosa en la Plazuela de la Candelaria y concluyó en la Explanada del Parque Ecológico y Deportivo Huayamilpas, aproximadamente a cuatro kilómetros de distancia. El recorrido es encabezado por los personajes que protagonizan los papeles de Jesús, los fariseos que van burlándose y golpeándolo durante el trayecto, los soldados romanos y gente del pueblo. Bajo un sol áspero, seco y quemante que anunciaba 29 grados de temperatura, inició Jesús el Vía crucis cargando una cruz de más de 80 kilogramos de peso”. Y finaliza con la procesión del silencio que “concluye en la plazuela de la Candelaria”.
En cuanto a la celebración que se lleva a acabo en los Reyes, Ana María Castro comenta que es en este pueblo donde se ha logrado conjuntar la religiosidad popular y el acto litúrgico. “Los vecinos de Los Reyes, desde hace varias décadas, impregnaron una serie de elementos peculiares y específicos a la celebración de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Con ello lograron una espectacular puesta en escena colectiva de los principales pasajes bíblicos, enriquecida con la participación del párroco del pueblo al desempeñar una importante labor que explicaba el significado religioso del evento; sobre todo en el momento de la representación del vía, en donde se describió y rezó las 14 estaciones que lo integran”.
Menciona que el Comité Organizador –organización vecinal integrada por diferentes comisiones que se encargan de coordinar y supervisar todo lo relativo a la celebración– adaptan los diálogos del Mártir del Calvario para la representación teatral. El Viernes Santo se realiza el viacrucis y al anochecer la procesión del silencio: “el doloroso retorno de la Virgen María, profundamente enlutada, después de llorar y rezar por última vez ante su hijo crucificado”.
Finalmente, otros de los pueblos tradicionales de Coyoacán donde se lleva a cabo la Celebración de la Semana Santa son: Pedregal de Santo Domingo, San Francisco Culhuacán, Pedregal de Santa Úrsula Coapa, colonia El Reloj, y las capellanías que integran la parroquia de San Juan Bautista: Santa Catarina, San Diego, San Antonio Panzacola, San Lucas, San Mateo, La Conchita y Capilla del Niño Jesús, según datos de la Delegación.
*Este texto se publicó en la revista Encuentra Coyoacán. En la sección LEFA en Radio pueden consultar una versión radiofónica.
FOTOS: LEFA